domingo, 15 de mayo de 2011

PARECE MENTIRA LO QUE HACE LA INCULTURA O FALTA DE RECURSOS

La Guardia Civil de Melilla localiza a una inmigrante embarazada oculta en el salpicadero de un vehiculo.

 La  chica tenía veinte años y estaba en el cuarto mes de embarazo.
El vehículo donde iba oculta la inmigrante se dio a la fuga en la Aduana de Beni-Enzar y fue localizado abandonado momentos más tarde por la Guardia Civil en la zona próxima de la frontera con Marruecos, conocida en Melilla como zona de los eucaliptos, por la arboleda existente. La integridad física de la inmigrante localizada corrió serio riesgo, en el momento de su extracción estaba inconsciente, se le practicaron primeros auxilios y fue traslada en ambulancia al Hospital Comarcal. Su estado es bueno.
 Los hechos ocurrieron al procederse al control selectivo por parte de los Guardias Civiles de servicio en el lugar, de un turismo marca Renault 21, de color blanco y matricula marroquí, que en esos momentos pretendía acceder a la Ciudad procedente de Marruecos, ocupado por su conductor. Una vez inspeccionado, se habilitó para que continuase la marcha; Uno de los agentes advirtió una posible modificación en la parte interior del motor, lo que levantó las sospechas de que podía tratarse de un doble fondo y que una persona podría estar dentro. El guardia civil dio el alto al vehículo y se interpuso en la calzada para realizar un nuevo reconocimiento, momento en el que su conductor aceleró el vehículo en dirección a la ciudad. Luego lo abandonó y se dio a la fuga.
 Tras parar el vehículo, de nuevo, se confirmaron las sospechas. Al reconocer los bajos del salpicadero, palparon primero un cuerpo y después una mano, que en el transcurso del desmontaje de la zona dejó libre el brazo "que cayó hacia el suelo". Los agentes procedieron de inmediato a liberar el cuerpo. Cuando finalmente pudo extraerse, descubrieron que se trataba de una mujer que estaba inconsciente. Inmediatamente le practicaron los primeros auxilios hasta la llegada de los servicios médicos que la estabilizaron y trasladaron al Servicio de Urgencias del Hospital Comarcal.
 La persona localizada estaba completamente encajada en un doble fondo donde apenas podía coger aire y su liberación resultó laboriosa, ya que para dejar hueco, sus autores habían retirado los sistemas de ventilación y cableado, pero no en su totalidad, por los anclajes que tiene ese modelo de vehículo.
La Guardia Civil practica gestiones tendentes a poder localizar y detener a su conductor.

jueves, 28 de abril de 2011

A Ana María Matute


 Esta es nuestra querida Ana María Matute recibiendo el premio Cervantes , después de trabajar tan duro durante todos estos años.
  Aquí tenemos el premio Cervantes ,que representa unas manos pasando hojas como el que está leyendo.

CUENTO 

Pocas cosas existen tan cargadas de magia como las palabras de un cuento. Ese cuento breve, lleno de sugerencias, dueño de un extraño poder que arrebata y pone alas hacia mundos donde no existen ni el suelo ni el cielo. Los cuentos representan uno de los aspectos más inolvidables e intensos de la primera infancia. Todos los niños del mundo han escuchado cuentos. Ese cuento que no debe escribirse y lleva de voz en voz paisajes y figuras, movidos más por la imaginación del oyente que por la palabra del narrador.
He llegado a creer que solamente existen media docena de cuentos. Pero los cuentos son viajeros impenitentes. Las alas de los cuentos van más allá y más rápido de lo que lógicamente pueda creerse. Son los pueblos, las aldeas, los que reciben a los cuentos. Por la noche, suavemente, y en invierno. Son como el viento que se filtra, gimiendo, por las rendijas de las puertas. Que se cuela, hasta los huesos, con un estremecimiento sutil y hondo. Hay, incluso, ciertos cuentos que casi obligan a abrigarse más, a arrebujarse junto al fuego, con las manos escondidas y los ojos cerrados.
Los pueblos, digo, los reciben de noche. Desde hace miles de años que llegan a través de las montañas, y duermen en las casas, en los rincones del granero, en el fuego. De paso, como peregrinos. Por eso son los viejos, desvelados y nostálgicos, quienes los cuentan.
Los cuentos son renegados, vagabundos, con algo de la inconsciencia y crueldad infantil, con algo wade su misterio. Hacen llorar o reír, se olvidan de donde nacieron, se adaptan a los trajes y a las costumbres de allí donde los reciben. Sí, realmente, no hay más de media docena de cuentos. Pero ¡cuántos hijos van dejándose por el camino!
Mi abuela me contaba, cuando yo era pequeña, la historia de la Niña de Nieve. Esta niña de nieve, en sus labios, quedaba irremisiblemente emplazada en aquel paisaje de nuestras montañas, en una alta sierra de la vieja Castilla. Los campesinos del cuento eran para mí una pareja de labradores de tez oscura y áspera, de lacónicas palabras y mirada perdida, como yo los había visto en nuestra tierra. Un día el campesino de este cuento vio nevar. Yo veía entonces, con sus ojos, un invierno serrano, con esqueletos negros de árboles cubiertos de humedad, con centelleo de estrellas. Veía largos caminos, montañas arriba, y aquel cielo gris, con sus largas nubes, que tenían un relieve de piedras. El hombre del cuento, que vio nevar, estaba muy triste porque no tenía hijos. Salió a la nieve, y, con ella, hizo una niña. Su mujer le miraba desde la ventana. Mi abuela explicaba: «No le salieron muy bien los pies. Entró en la casa y su mujer le trajo una sartén. Así, los moldearon lo mejor que pudieron.» La imagen no puede ser más confusa. Sin embargo, para mí, en aquel tiempo, nada había más natural. Yo veía perfectamente a la mujer, que traía una sartén negra como el hollín. Sobre ella la nieve de la niña resaltaba blanca, viva. Y yo seguía viendo, claramente, cómo el viejo campesino moldeaba los pequeños pies. «La niña empezó entonces a hablar», continuaba mi abuela. Aquí se obraba el milagro del cuento. Su magia inundaba el corazón con una lluvia dulce, punzante. Y empezaba a temblar un mundo nuevo e inquieto. Era también tan natural que la niña de nieve empezase a hablar... En labios de mi abuela, dentro del cuento y del paisaje, no podía ser de otro modo. Mi abuela decía, luego, que la niña de nieve creció hasta los siete años. Pero llegó la noche de San Juan. En el cuento, la noche de San Juan tiene un olor, una temperatura y una luz que no existen en la realidad. La noche de San Juan es una noche exclusivamente para los cuentos. En el que ahora me ocupa también hubo hogueras, como es de rigor. Y mi abuela me decía: «Todos los niños saltaban por encima del fuego, pero la niña de nieve tenía miedo. Al fin, tanto se burlaron de ella, que se decidió. Y entonces, ¿sabes qué es lo que le pasó a la niña de nieve?» Sí, yo lo imaginaba bien. La veía volverse blanda, hasta derretirse. Desaparecería para siempre. «¿Y no apagaba el fuego?», preguntaba yo, con un vago deseo. ¡Ah!, pero eso mi abuela no lo sabía. Sólo sabía que los ancianos campesinos lloraron mucho la pérdida de su pequeña niña.
No hace mucho tiempo me enteré de que el cuento de la Niña de Nieve, que mi abuela recogiera de labios de la suya, era en realidad una antigua leyenda ucraniana. Pero ¡qué diferente, en labios de mi abuela, a como la leí! La niña de nieve atravesó montañas y ríos, calzó altas botas de fieltro, zuecos, fue descalza o con abarcas, vistió falda roja o blanca, fue rubia o de cabello negro, se adornó con monedas de oro o botones de cobre, y llegó a mí, siendo niña, con justillo negro y rodetes de trenza arrollados a los lados de la cabeza. La niña de nieve se iría luego, digo yo, como esos pájaros que buscan eternamente, en los cuentos, los fabulosos países donde brilla siempre el sol. Y allí, en vez de fundirse y desaparecer, seguirá viva y helada, con otro vestido, otra lengua, convirtiéndose en agua todos los días sobre ese fuego que, bien sea en un bosque, bien en un hogar cualquiera, está encendiéndose todos los días para ella. El cuento de la niña de nieve, como el cuento del hermano bueno y el hermano malo, como el del avaro y el del tercer hijo tonto, como el de la madrastra y el hada buena, viajará todos los días y a través de todas las tierras. Allí a la aldea donde no se conocía el tren, el cuento caminando.
El cuento es astuto. Se filtra en el vino, en las lenguas de las viejas, en las historias de los santos. Se vuelve melodía torpe en la garganta de un caminante que bebe en la taberna y toca la bandurria. Se esconde en los cruces de los caminos, en los cementerios, en la oscuridad de los pajares. El cuento se va, pero deja sus huellas. Y aun las arrastra por el camino, como van ladrando los perros tras los carros, carretera adelante.
El cuento llega y se marcha por la noche, llevándose debajo de las alas la rara zozobra de los niños. A escondidas, pegándose al frío y a las cunetas, va huyendo. A veces pícaro, o inocente, o cruel. O alegre, o triste. Siempre, robando una nostalgia, con su viejo corazón de vagabundo.
 Este cuento me ha gustado mucho y emocionado,le doy las gracias a Ana María Matute de todo corazón ,por todo el esfuerzo que ha dedicado para hacer que disfrutemos tanto de la lectura.
                                          Te Queremos .


lunes, 18 de abril de 2011